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I

LA SERPIENTE DE FUEGO

                                     
                                       “Pues testigos serán del renacer de la esperanza el fuego y la luna roja”

                                             Profecías de los antiguos. La caída de Vel


Las hojas del bosque se rompían una tras otra, heladas bajo las firmes y rápidas pisadas del joven barbilampiño Varyn. Brillantes y relucientes como su tez en la mañana, sus ojos emocionados reflejaban el blanquecino del paso hacia las cumbres más norteñas, aquellas a las que se dirigía en el día en el que todo cambiaría para él. - Esta noche, esta noche... - Canturreaba pletórico y con una sonrisa de oreja a oreja. Entusiasmado ante lo que en su mente restaba marcado como “el día”, había salido pronto de casa decidido a atisbar las primeras luces del alba. Sus zancadas decididas e inagotables subían en dirección al bosque de Sost repletas de una cálida y reconfortante esperanza. Pisando a través del nevado camino de la montaña más escarpada del valle, la fresca brisa surcaba su pálida tez y hacía ondular su media y oscura melena al viento. El gozo en cada gélida bocanada de aire se reflejaba en su rostro henchido de alegría.

Con la panza llena y el zurrón repleto de suficiente comida como para pasar el día, Varyn cruzaba el bosque recogiendo las mejores y más grandes setas para el gran banquete que se esperaba esa noche en el valle. De corazón ardiente y helado en su rostro a la intemperie, sus pasos le guiaban a través de la húmeda arboleda en dónde la nieve era escasa. Vivaracho y emocionado hasta no poder casi contenerse, sus pensamientos elucubraban en exclusiva sobre ese Primer Ritual; uno para el que debía prepararse como era debido y según marcaban las leyes de Tor. Esa noche, la tan ansiada, empezaba el Daudur: la gran fiesta entre todas las fiestas en honor al valle y a los perpetuos antiguos.

Celebrado por todos los habitantes de Reine Tor y sus pequeñas villas de alrededor, esta era una festividad tradicional clave en el devenir de su cultura. Para los más jóvenes, aquellos que pretendían ser considerados como adultos, suponía el momento del cambio y, para todos en general, un canto a los antiguos para aproximarse a ellos y gozar de sus bendiciones.

Celebrada cada cuatro años durante tres días, solía dar comienzo a principios de invierno, cuando la luna de sangre se hacía presente en el vasto firmamento. Ese año, vaticinado por Valya, la druida del valle, su llegada se había adelantado unos pocos días. En su sapiencia del mundo y las estrellas, vaticinó su regreso para la próxima luna llena, la cual se produciría al caer el sol de ese mismo día.

 

Entusiasmado, Varyn alzó su vista hacia el cielo, en dónde, a través de las amarillentas y bermejas hojas de los árboles, ya se atisbaba la tan singular luna silenciosa: un pequeño pero imponente astro de color bermellón muy oscuro que se disponía a echar raíces en las montañas y ser partícipe de todo. - Vamos, vamos, ¿dónde estás? - Se repetía una y otra vez el muchacho tras echar la vista de nuevo al suelo.

Su búsqueda se centraba en esa ofrenda digna para los antiguos en el ritual de la serpiente de fuego. Un regalo que, tras procrastinar en demasía durante tantas jornadas, ahora le acuciaba encontrar sin más demora. Dicho fuste, denominado teia por los lugareños, debía ser especial para su portador y así, con ella, poder honrar debidamente a las deidades del pasado. Recoger y preparar la mejor madera suponía una tarea que se pretendía vital para tal acto, pues esta debía completar todo el trayecto sin romperse ni apagarse. - Lo sabrás, de algún modo... es como si ella te escogiera a ti. Los antiguos son misteriosos, pero su dictamen es sabio, Varyn. Cuando veas ese fulgor que te atrapa, lo sabrás. - Recordaba las palabras de su tía mientras inspeccionaba cada árbol y rincón por donde pasaba. - Ella me escogerá, vamos, sal ramita... - Comentaba una vez tras otra en voz alta.

Era la teia, según los escritos y las antiguas creencias, parte fundamental de ese Primer Ritual para alumbrar el paso en el presente, venerando el pasado y destinando la luz más cálida y los rezos, en forma de runas talladas, al futuro del valle. Cada uno de sus participantes debía recoger una madera que le representara como ser único unido a la tierra, de ahí la dificultad en la que el joven muchacho se veía inmerso y ya casi desesperado. Cerca ya del crudo invierno, incauto, demasiado exigente y a su vez perezoso, aún no había conseguido encontrar una madera digna de tal evento. - Te encontraré, cueste lo que cueste, maldita sea. - Se lamentó, empecinado en esa idea, observando el lejano pico al que pretendía dirigirse en última instancia. Con esa clara idea clavada entre ceja y ceja, todavía le aguardaba un largo trayecto a través de las grandes montañas y llanuras norteñas.

[...]

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